Tal vez el título de este post les parezca contradictorio, siempre nos han dicho que al dolor le pasemos de largo, que debemos evitarlo a toda costa, que las cosas hay que dejarlas así, resignarse y seguir adelante con la frente en alto.
Por supuesto que el dolor produce sensaciones desagradables que nos hace perder la orientación y la calma.
Sin embargo, es muy importante dar al dolor su justo valor y encargarnos de él antes de pasar la página.
Las heridas emocionales también se infectan, si no les ponemos atención pueden hacerse crónicas.
Ponernos molestos cuando creemos que han sido injustos con nosotros, manifestarse iracundo ante una situación que no te agrade es normal.
La gestión que hagamos del dolor determina nuestra madurez emocional, en la medida que afrontemos nuestras heridas, que incluso sintamos el ardor que nos produce por dentro al recordarlas podremos escudriñar en lo profundo para sanarlas.
Las goteras de una casa no se van dándoles la espalda, hace falta prestar atención y buscar una cubeta en la que podamos recoger el agua, de lo contrario será tarde cuando nos encontremos ahogados.
Esto no es sencillo, hace falta de tiempo, de rendirnos y reconocer, perdonar y recordar lo que realmente somos.
Con esto no me refiero a hacer del dolor nuestra doctrina, pero del dolor es importante hacer catarsis para poder alcanzar de nuevo la energía primaria para renovar nuestras emociones.
Si la herida es muy grande, puede que su atención requiera de ayuda profesional, a veces necesitamos apoyo para tener las herramientas más adecuadas para superar una situación dolorosa.
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