
¡Quiero ser feliz por siempre!
¡quiero que todos me hagan sentir bien!
Es una obsesión común en nuestros días, sin embargo,
¿Es posible ser feliz de por vida?
¿Hasta qué punto necesitamos de la tristeza para ser felices?
Aunque parecen preguntas ilógicas, están basadas en la experiencia y la comprobación. Seamos sinceros, ¿quien podría ser feliz eternamente sin enloquecer al instante? La felicidad como la tristeza son necesarias, sin la una es imposible apreciar a la otra.

Algunas veces se nos impulsa a evadir la tristeza y buscar distracciones, elementos externos que nos aíslen de nuestros propios sentimientos. Hacerlo conlleva consecuencias determinantes en nuestra personalidad muchas de las adicciones como el alcoholismo, la ludopatía o la farmacodependencia son producto de la evasión constante de la tristeza.
Siempre que buscamos una manera para impedir enfrentar una situación que nos afecta nos aferramos a una ilusión y dejamos de vivir el aquí y el ahora. Fuera del contexto nuestra racionalidad es difusa y las situaciones comienzan a tomar formas idealizadas y las dificultades se agigantan o se minimizan al extremo.

Las cosas a veces no salen como lo esperamos y eso nos permite aprender sobre la experiencia que da la práctica, sin que el momentáneo fracaso deba llevarnos a situaciones de dolor y angustia, por el contrario, si observamos con amplitud y de manera objetiva, encontraremos las fortalezas de darle trato preferencial a las tristezas para disfrutar más de las verdaderas alegrías.
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