Los obstáculos están allí para ser superados, entre detenerse o continuar, yace el secreto de una vida plena o una desventurada.
Todo es según el cristal donde se mire, diluvio hoy, riachuelo mañana, el secreto está en ti y en tu agilidad para adaptarse a las nuevas situaciones y emociones.
Una fábula popular cuenta que un joven campesino recibió en su cumpleaños un hermoso obsequio, un caballo pura sangre.
El chico se sentía glorioso cabalgando en la llanura, la gente celebraba su extraordinaria dicha al recibir tal regalo, hasta que un tropiezo en el camino lo hizo precipitarse bruscamente y caer entre laderas y peñascos.
La caída resultó en una fractura de fémur y múltiples lesiones. Toda la familia recriminó aquel obsequio y lo asumió con desdicha.
Al siguiente día llegaron soldados a golpear la puerta de aquella familia, la guerra había iniciado y venían a llevarse a los hombres jóvenes del pueblo, se llevaron a todos menos al joven que se había fracturado, al poco tiempo se supo que de aquella tropa no quedó sobreviviente.
Así el joven y su familia comprendieron que aquel accidente tan desdichado en realidad era una oportunidad para la vida.
Tal como narra la fábula una situación inesperada si se analiza con los sentidos bien despiertos y se cambia la óptica desde donde se mira, asumiendo una comunicación con el entorno asertiva y de retroalimentación, puede ser la diferencia entre un vaso medio lleno o medio vacío.
Colocarnos los anteojos de la agilidad emocional nos permitirá ver en el otoño no la muerte de un árbol sino la desnudez de sus ramas, un ejercicio de vida que depende en gran medida de nuestra capacidad de adaptación frente a los escenarios desconocidos e inesperados.
En una metáfora, la agilidad emocional consiste en la capacidad de asesinar nuestro viejo yo y hacer renacer uno nuevo, iluminado, empoderado y libre
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